Porque el ejemplar que ahora sostengo en mis manos tiene las páginas tostadas por la edad. Y una grapa al estilo de ABC ha mantenido con tesón la unidad de las hojas que ya comienzan a resquebrajarse. Para delirio de esta escribiente, Revista Literaria se editaba en la madrileña calle Larra, número 6. Caminar por aquella senda debía de ser reconstituyente para los amantes del periodismo. Unos números más abajo, en el 14, se editaba el prestigioso diario El Sol fundado por Nicolás María de Urgoiti. El mismo diario en el que en noviembre de 1930 Ortega y Gasset publicó su famoso artículo “El error Berenguer” símbolo y reflejo del descontento monárquico que se respiraba en el país. Letras que finalizaban con el apasionante “Delenda est Monarchia” y que anticipaban la llegada inminente de la Segunda República... Pero en esa misma calle, en ese mismo número 14, otros tiempos –ya por el año 1935- convertirían sus instalaciones en la nueva sede impresora del diario Arriba, fundado por José Antonio Primo de Rivera como escaparate de la Falange. Más aún, a partir de 1939, sería el diario oficial del Movimiento franquista. Es sorprendente cuánta historia, en tan pocos años, puede almacenar un inocente número de una calle de Madrid...
viernes, 26 de febrero de 2010
Un cambio de perspectiva: la cama-balsa
Porque el ejemplar que ahora sostengo en mis manos tiene las páginas tostadas por la edad. Y una grapa al estilo de ABC ha mantenido con tesón la unidad de las hojas que ya comienzan a resquebrajarse. Para delirio de esta escribiente, Revista Literaria se editaba en la madrileña calle Larra, número 6. Caminar por aquella senda debía de ser reconstituyente para los amantes del periodismo. Unos números más abajo, en el 14, se editaba el prestigioso diario El Sol fundado por Nicolás María de Urgoiti. El mismo diario en el que en noviembre de 1930 Ortega y Gasset publicó su famoso artículo “El error Berenguer” símbolo y reflejo del descontento monárquico que se respiraba en el país. Letras que finalizaban con el apasionante “Delenda est Monarchia” y que anticipaban la llegada inminente de la Segunda República... Pero en esa misma calle, en ese mismo número 14, otros tiempos –ya por el año 1935- convertirían sus instalaciones en la nueva sede impresora del diario Arriba, fundado por José Antonio Primo de Rivera como escaparate de la Falange. Más aún, a partir de 1939, sería el diario oficial del Movimiento franquista. Es sorprendente cuánta historia, en tan pocos años, puede almacenar un inocente número de una calle de Madrid...
miércoles, 24 de febrero de 2010
Versos sin escamas
Pero al margen de los óbitos, a veces lo que más atrapa de un artista no es sólo el objeto que le da fama sino cómo llega uno a descubrirlos. En el caso de esta Trilby, una casualidad, como tantas otras, me condujo hasta Ángel González. Y confieso abiertamente, que las fórmulas poéticas no acaparaban en absoluto mi atención. Todavía con el recuerdo reciente de la etapa escolar, pensar en poesía era pensar en memorística. Los versos siempre han sido un instrumento de repetición que aprendía en la escuela como el abecedario, sin que vertiese sobre ellos conciencia alguna o emoción. Pero la primera vez que me topé con Ángel González fue arrastrada por el sereno final de la película El pájaro de la felicidad (1993), de Pilar Miró. Un filme que, pese a no haber retribuido a su directora la fama de otros metrajes suyos, como El perro del Hortelano (1995) o Beltenebros (1991), ocupa un lugar destacado en mi colección particular. Unos versos nada inocentes me atraparon entonces a través del personaje protagonista que interpretaba Mercedes Sampietro:
Sería a través del prólogo de Luis Izquierdo, recogido en Antología Poética de Alianza Editorial, cuando el sobrecogimiento personal tomase formas definitorias. Para Izquierdo, el poeta asturiano era: “Un ángel que pronto descubrió que sus únicas alas posibles eran las de la escritura. Desaprendió las lecciones del dictado y la religión y describió además que en la prosa de la vida hay mucha poesía que desentrañar”.
En Ángel González ironía y poesía se toman de la mano como amantes suicidas que se despeñan hacia un pozo espeso de nostalgia, memoria y denuncia. Catalogado dentro de la Generación del 50, como uno de esos “hijos de la Guerra”, González sufrió las consecuencias de tener una familia republicana. De regreso a España, despuntó con sorna algún que otro verso a aquellos recuerdos:
Cuando estoy en Madrid,
las cucarachas de mi casa protestan porque leo por las noches.
La luz no las anima a salir de sus escondrijos,
y pierden de ese modo la oportunidad de pasearse por mi
dormitorio,
Lugar hacia el que
-por razones oscuras-
se sienten irresistiblemente atraídas.
Ahora hablan de presentar un escrito de queja al presidente
de la república,
y yo me pregunto:
¿en qué país se creerán que viven?;
Estas cucarachas no leen los periódicos.
Y es que en la paleta de su poesía Ángel González mezcló muchas reflexiones tragicómicas derivadas de su experiencia con la tuberculosis, el exilio y el silencio. Y consecuencia de esa amalgama saldría una poesía limpia y depurada, alejada del rococó que pervierte la fachada de las emociones, cuidando de que sus palabras se alejasen del circunloquio para caer en la diafanidad del sentimiento. Por esto, sus versos no tienen escamas. Están expuestos sin corteza ni pelaje protector a la felicidad que emana de las escenas triviales [miro pasar las nubes sobre tus labios rojos,/ digo adiós a los pájaros que cruzan por tu frente,/ y si cierras los ojos cierro también los míos,/ y me duermo en tu sombra como si siempre fuera/ verano,/ amor,/ pensando vagamente/ en el mundo inquietante/ que se extiende –imposible- detrás de tu sonrisa]. Y a la tristeza que provocan sus reflexiones. [Mastico lentamente los minutos/ -tras haberles quitado las espinas-/ y cuando se me acaban/ me voy rumiando sombras,/ rememorando el tiempo devorado/ con un acre sabor a nada en la garganta.]
El desdoblamiento personal del autor a través de la dualidad que le imprime su nombre propio (como ser humano y como ser celestial) es otra de las constantes en su obra. E inevitablemente acuden a mi cabeza versos de “Para que yo me llame Ángel González”, de una franqueza espeluznante sobre la insignificancia que a veces acompaña a la condición humana. O un extracto de “Reflexión primera” (Si esto es la vida Dios, si éste es tu obsequio, te doy las gracias –gracias- y te digo: Guárdatelo para ti y para tus ángeles.) En palabras de Luis Izquierdo “Esas gracias ilustran, con el gesto oral de repetición, el rechazo al obsequio de una monotonía consciente del fracaso final de la hora última." En este sentido, recuerda mucho a aquellas palabras finales que, antes de su muerte, la pintora mexicana Frida Kahlo dejó escritas, con gran ironía, en su diario : “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”.
Para William Wordsworth “Toda buena poesía es el desbordamiento espontáneo de poderosos sentimientos y, aunque esto es verdad, nunca hubo poema, sobre cualquier tema, al cual pudiera atribuirse algún valor que no fuera producido por un hombre que, además de estar dotado de sensibilidad orgánica fuera de lo común, ha pensado también larga y profundamente”. Es curiosos como intentando atrapar una definición para la poesía, halla dado de lleno en el estilo de Ángel González. De talante humilde y travieso, sólo él podía llamar la atención sobre el gran biógrafo musical de nuestros tiempos: Joaquín Sabina, que en su último disco, Vinagre y Rosas, le dedica al poeta la canción "Menos dos alas". Un homenaje al "santo por lo civil" que fue y sigue siendo Ángel González, el que "decía que la muerte no era tan grave y agonizó en voz baja por cortesía".
sábado, 13 de febrero de 2010
Enero en blanco. Los primeros días del año
Podría darle un aire romántico a este ambiente de compromisos a medias y obligaciones pendientes. Pero no hay para tanto. De la lámpara cuelgan a pares los suspensos y al abrir el armario han caído a mis pies todas las notas ausentes de una guitarra que ya no tiene voz. De poseer el talento de Bettina von Armin –una fabulosa lectora del siglo XIX que disfrutaba escribiéndose correspondencias ficticias a sí misma- hubiese afilado el lápiz y dibujado un paisaje entrópico donde habitar serenamente. “En tu cuarto era como estar a orillas del mar, donde una flota había encallado. Schlosser reclamaba dos grandes infolios que había tomado en préstamo para ti en la biblioteca municipal y que tú tienes desde hace ya tres meses sin haberlos ojeado. El de Homero estaba abierto en el suelo, tu canario no lo había tratado bien…” Así se escribía ella. Creo que Bettina solamente quería describir aquello para sentirse parte de ese juego de objetos que salpicaban su habitación y a veces conseguían dominarla hasta el punto de hacerla sentirse una pequeña concha inerme a orillas de ese paisaje playero.
Por eso a veces también es importante hablar de las ausencias. De este enero en blanco que si bien la gente suele llenar de pretensiones y propósitos yo he preferido dejarlo vacío, esperando en la puerta a ver quién entra primero, quién se atreve a dar el paso: Mi pacto a medias con Teresa y sus tardes, mi locura sugestionada por la adolescente Woolf, mi Benedetti sin tregua, mi Larra y su doncel… Aguardaba con esa misma inquietud contenida de la extraña muchacha que en el cuadro de Renoir parecía exiliada del plácido ambiente que la rodeaba. Muchacha cuya pose inspiró cientos de cuadros a aquel viejo de cristal que en la película de Amélie repetía el lienzo de "El almuerzo de los remeros" con el único propósito de captar aquella mirada perdida, suspendida en otro espacio ajeno al cuadro y quizás al propio Renoir.