lunes, 6 de junio de 2011

El tiempo deshilado

Hay momentos en los que uno prefiere la seducción al amor. Es más sencilla, reconforta de forma inmediata y sólo hay que abandonar los sentidos al placer de la mentira. No requiere de grandes esfuerzos y, una vez que se acepta el placer del engaño, el alma puede flirtear con la felicidad sin desgastarse demasiado. Puede ser un juego limpio, coqueto y divertido, si las partes conocen la regla fundamental: impedir que la ilusión lo transforme en una apuesta perpetua en la que dejarnos el corazón. He aquí el problema: por mucho que esta Trilby ensaye posturas descocadas, siempre se afana en hacer eterno y profundo lo que es bueno, precisamente, por ser fugaz y superficial. Por eso soy tan cautelosa con los best-sellers: son encantadores de serpientes, seductores de postín que, bajo un buen título, te atrapan sin que sepas muy bien a qué lugar te conducen. Esto fue lo que me ocurrió con "El tiempo entre costuras" (Temas de hoy, 2009) ese librito de 600 páginas que me llamaba con su canto de sirena desde la estantería, desde las librerías, desde las manos de cualquier transeúnte... y caí en sus redes.

Nuestra relación empezó, como muchas, con un tonteo pomposo y edulcorado, pero al final yo quería enamorarme. Realmente es una novela atractiva, con un arranque prometedor: "Una máquina de escribir reventó mi destino" . Es tan hermoso como humano eso de etiquetar la memoria con experiencias banales. Todo parte de un absurdo o, al menos, así queremos creerlo en el recuerdo. Con todo, en conjunto, la historia es trepidante, pero me da la sensación de que el tiempo se retiene en la quietud de muchos pasajes y no en el trabajo de una costurera. Y eso que la protagonista, Sira Quiroga, es un auténtico bombón literario. Lo que se estanca es la tensión narrativa y uno sigue leyendo más por un compromiso con el personaje que por la seducción que despierta la prosa de María Dueñas. Peca de excesiva cautela, quizás muestra demasiado respeto a su historia y se siente intimidada por la fuerza de sus protagonistas. No obstante, sí hay que reconocer que en este aspecto es una novela progresiva. A lo largo de las páginas la narración y la forma en que Dueñas la traslada a la mente del lector ganan en fuerza, porque la autora consigue perder el miedo a eclipsar la historia y esto permite que su forma de escribir embellezca a Sira y aporte un valor añadido a su periplo vital. Podría decirse que el final redime la obra porque al fin consigue crear adicción, no sólo por lo que cuenta, sino también por cómo lo describe. Después de 69 capítulos, logra sentirse cómoda.

A pesar de estos comentarios menos agradecidos, es cierto que el éxito de esta novela se puede explicar por muchas y muy buenas razones: personajes con fuerza, carácter cosmopolita, reconstrucción de la memoria a través de las voces anónimas y el romanticismo que envuelve al mundo de los espías (y que sigue funcionando y rentando, que se lo cuenten si no a la condesa de Romanones). Asimismo, nada desdeñable es la evolución perpetua y la capacidad de superación en los protagonistas. Al fin y al cabo, todos necesitamos creer en la renovación, en que el cambio es posible a cualquier edad y en cualquier circunstancia. Y Dueñas convierte en verosímil esta cualidad, a pesar de que sólo esté al alcance de unos pocos. Asimismo, la narración de los ambientes es fabulosa. Cada taller de costura, cada calle de Tánger, Tetuán, Lisboa o Madrid no sólo parecen envolvernos, sino que también nos integran dentro de sus decorados. En este sentido, es un libro que garantiza un viaje cargado de exotismo, así como una trepidante huida a otra época, en la que el traqueteo de unos tacones juegan a ocultar la inseguridad de una mujer abandonada en la soledad. Como los trajes que arma Sira Quiroga, María Dueñas cose una historia de apariencia impecable y estilosa, a pesar de que un pequeño hilo descuelgue de la bastilla, recordándonos que antes de que te enamores hasta los tuétanos, la seducción inventa sus propias vías de escape.