Existen determinadas "verdades" que a fuerza de ser repetidas parecen incuestionables. Una, que con este tipo de axiomas suele ponerse un tanto escéptica al tiempo que afila el pronto felino para el debate, reconoce su total incapacidad para negar que Casablanca, el clásico de Michael Curtiz, tiene la magia de lo inmutable, de lo que trasciende.
Esa química mística no se debe a un único elemento: Ni el ebrio lloriqueo de Bogart, ni el coqueteo innato de Bergman con la cámara, ni el exotismo de Marruecos, ni el Rick´s, ni el Loro Azul, ni el salvoconducto hacia el adulterio, constituirían tal éxito por sí solos... Encima, para delicia de los espectadores, gozamos de un elemento más que glorifica ese conjunto de gracias que el filme recoge: Sam, es decir, Dooley Wilson, el piano, As time goes by... Nada importa que, en realidad, además de cantar, Dooley Wilson sólo supiese tocar la batería y únicamente tuviese capacidad para amagar ante las teclas del piano cuando el personaje de Bergman le suplicaba "Play one, Sam". Lo importante era estremecerse con ese amor ahogado entre las notas de una melodía que hablaba de otro tiempo... lejano y, por tanto, anhelado.
El As time goes by que a continuación se muestra, es una magnífica versión de Natalie Cole. El adjetivo se lo coloco por méritos: les aseguro que a esta Trilby le cuesta muchísimo renunciar a los originales. Pero, sin olvidar a aquellas voces de la película, Natalie Cole recobra aquel espíritu del París olvidado, lo funde con el jazz y su voz de algodón... y el tiempo pasa... y un "kiss" es sólo un beso... o quizás no...
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