jueves, 3 de junio de 2010

La bala que medió entre Hemingway y Larra

Los escenarios son dispares y más de un siglo encarna la distancia temporal entre estos dos escritores pero, el trasfondo, la subrepticia huida existencial, es la misma. El 13 de febrero de 1837, la madrileña calle Santa Clara se sobrecogería como improvisado lecho mortuorio del cadáver de Mariano José de Larra. El 2 de julio de 1961, en la localidad de Ketchum -Idaho- otro disparo acababa con la vida del premio Nobel de Literatura Ernest Hemingway. Entre uno y otro espacio, entre una y otra fecha, apenas media el estruendo de la pólvora, el temblor de un arma de fuego escupiendo la bala que transformaría en física y certera la muerte anímica que ya había intoxicado las narraciones de ambos autores.


Ése fue el resultado: un viejo lobo de mar y un pobrecito hablador unidos por el salvoconducto con el que huyeron de su Hades interior. Hubo otros nombres extinguidos de igual forma, como el dramaturgo ruso Vladimir Mayakosvki, que eligieron un punto y final en sus vidas garabateado con metralla. Sin embargo, mucho antes del final, en el caso de Larra y Hemingway existen algunas similitudes en sus biografías que consiguen hilvanar sus caracteres -tan flácidos de entusiasmo- más allá del dramatismo. Quizás en ambos encontremos una suerte de mirada inexplorable en sus retratos, una fuga de sus ojos por la tangente del misterio que, sin duda, se oponía a la contundencia de sus relatos.
Pero, al margen de estas impresiones, puede que haya sido el periodismo lo que más marcó la esencia literaria de ambos escritores. En el caso del autor de El viejo y el mar, Premio Pulitzer en 1953, su experiencia durante la Primera Guerra Mundial como reportero en el Kansas City Star marcaría hondamente "una exigencia de estilo que, pulida hasta la exasperación, será la base de su prosa", tal y como lo explica Baltasar Porcel; quien, además, justifica en esta etapa periodística una temática reiterante en el universo de Hemingway. "Por espacio de varios meses [cuando contaba con 18 años], practica el reporterismo callejero: delitos, entrevistas a famosos, un torbellino cotidiano, especialmente centrado en la crónica de sucesos. Una ejercitación de la violencia que abundará después en sus libros".


Pero sin tomar en consideración el oficio que consiguió imprimir sobre Larra y Hemingway un estilo y una temática particulares, los lazos románticos también conectan sus destinos. Si Dolores Armijo fue la última prueba del desentendimiento entre Fígaro, el amor y las mujeres; en el escritor estadounidense sus frustraciones al respecto empaparían gran parte de sus escritos. "Su imagen de la mujer presenta escasa consistencia: son personajes episódicos, áridos o devoradores del hombre, que a los más pueden significar un período de amor, marcadamente físico, y una alianza temporal contra la soledad", afirma Porcel. Es esta visión la que ha envuelto a Hemingway de una atmósfera machista y despreciativa hacia las mujeres. Sin embargo, tras esos débiles personajes femeninos que retrataba, probablemente se esconda la incapacidad del autor para comprender al "sexo opuesto". No en vano, las mujeres que describe en relatos como El verano peligroso o Adiós a las armas, fallecidas inopinadamente, sólo constituyen una rémora en el recuerdo de sus protagonistas.

La estirpe suicida
Una anécdota tan curiosa como desagradable es la que nos permite ver a Hemingway como el eslabón intermedio en una estirpe marcada por la herencia del suicidio. El padre del escritor estadounidense, enfermo de diabetes y hundido económicamente por los efectos del crack del 29 se suicidó disparándose un tiro con un ejemplar del popular revólver Smith and Wesson. Aquejado por un macabro fetichismo, Hemingway conservó aquella pistola aunque, como señala Porcel, "el recuerdo de aquel acontecimiento fue uno de los que le acompañaron, terrible, el resto de sus días."

El último eslabón de la cadena familiar lo completaría su nieta Margaux Hemingway, modelo y actriz atormentada y depresiva que acabaría suicidándose el 1 de julio de 1966. Sobrecoge e inquieta la pregunta final ¿por qué quitarse la vida un día antes de cumplirse el quinto aniversario de la muerte de su abuelo?

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